En efecto, la Ley no pudo liberarnos porque la carne anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en una condición semejante a la de los pecadores,[a] para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la carne, a fin de que la justa demanda de la Ley se cumpliera en nosotros, que no vivimos según la carne, sino según el Espíritu.

Los que viven conforme a la carne fijan la mente en los deseos de la carne; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu.

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Footnotes

  1. 8:3 en … pecadores. Lit. en semejanza de carne de pecado.

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